domingo, 12 de febrero de 2012

Guerras o camellos



Anagrama del partido del Gbierno
La historia (reciente) del Chad es parecida a la de todos los países subsaharianos. Tras la independencia se enfrentan diversos grupos étnicos y gana uno de ellos (los tubus). Con la ayuda francesa organizan un engendro que quiere parecer un Estado. Al cabo de poco, alguien quiere ser presidente, y quien ya lo es no está de acuerdo; así que se van sucediendo golpes de Estado —en el mejor de los casos— o guerras —en el peor—. Mientras, puede que haya algún conflicto más o menos violento con países vecinos. Al mismo tiempo diversos países europeos intentar sentar sus reales en el país africano y hacerse con todo los recursos que puedan (a lo cual  ayudan con gusto los poderes nacionales); desde hace unos años, a los europeos se añaden los chinos y, en muchos casos, Irán y Arabia Saudí. De todo eso, la mayoría de la población no se entera (caso óptimo) o le cae el sufrimiento, el dolor, más pobreza y menos esperanzas (caso más habitual). Fin de la historia.   
tanque libio abandonado en el Ennedi
Eso es lo que sale en las enciclopedias, en los periódicos y la descripción que solemos hacer de un país africano. Pero cuando andas de aquí para allá y vas cruzándote gente, la pregunta es si esas personas se enteraron de que entraban en guerra, o de que se firmaba una paz, o de que se adjudicaba la construcción de una refinería o la explotación de un mineral. O si tenían una opinión sobre las relaciones con Libia y con Sudán. O si esperarían que algo mejorara cuando dejara de haber tanques circulando por su desierto. O si tendrían alguna razón (aparte de ganarse la vida) para pegar tiros a favor de un presidente o de su sustituto.

munición libia en el Ennedi
Hay hombres que se dejaron media vida en algún bando y con las armas en la mano. De ellos, algunos han conseguido reconvertirse en alguna otra cosa; quizá chófer, comerciante o alguna otra cosa en la capital. Hay vidas desde las que es difícil volver a ser pastor de camellos, tratante sí, pero pastor no, y siempre con las armas a mano.  Otros se quedaron en ese juego de soldaditos de papel, ni siquiera de plomo. Y para demostrar que mandan y pueden, de vez en cuando montan un desfile, militar.

Muros del cuartel de Fada. Día de desfile







En la explanada que se abre ante el cuartel y que hace de plaza mayor de Fada hay una tribuna permanente, de cemento. A las 8 de la mañana ya están sentados en ella los notables del pueblo y otras fuerzas vivas, supongo; en unas sillas de plástico, un sofá de terciopelo azul, y algún taburete. Para amenizar la espera, por los altavoces suena música africana (percusión), y frente a la tribuna y sus autoridades un soldado baila siguiendo ese ritmo. El pueblo está paralizado. El mercado no ha abierto y la gente anda por la plaza. Al cabo de un rato, la hilera de soldados, que esperaban relajados y observando a su compañero, adopta un aire marcial y se cuadran. Por la puerta del cuartel aparece un coche, que recorre  unos cincuenta metros. Baja un tipo, al que el uniforme le va muy estrecho. Un soldadito avanza hacia él con la cabeza exageradamente elevada hacia el cielo y caminando a grandes zancadas; cada vez que deja caer un pie al suelo lo hace como si quisiera hacer retumbar la tierra; solo que el suelo es de arena y el resultado es polvo y patadón torpe en vez de autoridad y aire marcial. 

El jefe después del saludo del soldadito, se sacude el uniforme y empieza a pasar revista a la tropa. A media hilera le suena el móvil; se para, lo saca del bolsillo y se pone a hablar. Al cabo de un rato aparece otro coche, más oficial, más oscuro, con lunas tintadas, rodando en el mismo desierto. Baja un tipo. Todos se cuadran, más. Saludos y parabienes. En la tribuna se ponen en pie. La música hace rato que ha cambiado a marcha militar, ¡lástima!, y nadie baila. Cuando acaba la representación, cuatro soldados cogen el sofá marrón de la tribuna y lo llevan para el cuartel. Abren los puestos del mercado y los habitantes de Fada vuelven a lo de todos los días. 
Los nómadas del Ennedi saben que cualquier día entre sus camellos y el pozo siguiente puede haber una docenas de tanques. Igual los camellos son objetivos estratégicos ¡y ellos sin enterarse!


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