lunes, 31 de enero de 2011

La violencia y la burla




Desde hace años los cibercafés del mundo árabe están llenos de chavales (y chavalas, por si hace falta aclararlo). Amman, Rabat, Damasco, Alejandría, El Cairo están llenas de cíbers; y también Moroni, Tetuán, Sanaa, Niamey y Nuackchot. Hay una o dos generaciones de árabes que han descubierto el mundo a través de Internet. Algunos lo usan para relacionarse con el chico o la chica que les gusta saltándose unas normas sociales que les impiden hablar libremente por la calle con personas de otro sexo; otros buscan comunidades islámicas para compartir su visión de la religión, otros juegan y trastean. Sí, se han saltado un paso, ese en el que la gente se cultivaba en los libros y ganaba experiencias viajando. Tampoco saben que una vietnamita no solo es una mujer de Vietnam ni esconden panfletos bajo el colchón. Pero saben que hablar con el mundo y contar lo que pasa y lo que están haciendo es la clave.

Es emocionante seguir los grupos de facebook, como Todos somos Jálid Saíd (es más activo en la versión árabe, pero saben que es importante mantener una versión en inglés) o Nawaat, que también está en facebook. Es emocionante ver como han sorteado los intentos de colapsar las comunicaciones, como circulan los consejos para defenderse de la policía en las manifestaciones o como se organizan para no verse implicados en pillajes y saqueos que nada tienen que ver con ellos. Y ver que han ido desarrollado lenguajes, y escriben en inglés, en árabe formal o en dialecto, con alfabeto árabe o con letras latinas a las que añaden números que "transliteran" los fonemas árabes sin equivalentes en aes, bes y erres; como sea, pero hablan y se dan ideas y comparten visiones e información.

Mujabarat (mukhabarat, مخابرات) es una palabra que inquieta en todo el mundo árabe (alude a los servicios de información del aparato de Estado); cuando alguien la pronuncia en voz baja en un café y dirige la mirada con disimulo hacia una esquina, los que la oyen cambian de conversación. Pero parece ser que no andaban mucho por los cíber. Los jóvenes sí, y se han cansado de que su mundo se reduzca a la pantalla de un ordenador.  Y han descubierto una nueva manera de hacer caer dictadores; la más parecida a la ideada por Albert Cossery  (escritor egipcio en francés) en La violencia y la burla, que consiste en ridiculizar al tirano: hace tiempo que Mubarak y Ben Ali son grotescos (y Buteflika y M-VI y al-Assad, y Gaddafi y Saleh, y al-Bashir y...), y estos jóvenes están poniéndolos en ridículo con un ordenador. Ahora el mundo ya no tiene excusa para no saber lo que pasa allí. Por cierto, ¿quién es Catherine Ashton?

PS: Quería decir cosas de Túnez pero pensé que era mejor esperar a que las cosas se serenaran un poco. Entonces estalló Egipto. Quizá haya que esperar, pero nadie me quita esta emoción.

sábado, 15 de enero de 2011

Nunca vi Agadez



El Sahel está poniéndose difícil; para los extranjeros, para sus habitantes siempre lo ha sido. Hace días que estoy rabiosa. La muerte me enfurece. Los dos franceses secuestrados en Niamey y asesinados me han dolido y enfurecido más que otros secuestrados, quizá porque hace poco yo andaba comiendo y desayunando por el barrio de Plateau, donde los secuestraron. Ha sido AQMI, de quien dicen que no ejecuta acciones sucias directamente, sino que subcontratan bandas de las habituales en la zona, de las que siempre se han encargado del tráfico ilegal de lo que sea (drogas, personas, coches, armas). Ahora se han hecho más crueles, porque sacan mucho más provecho. Hablan de Dios, de creencias y justicia, y no saben más que de dinero y privilegios. Hay que echarse a temblar en cuanto alguien grita la palabra Dios, muy cerca siempre anda otra: muerte, y su más real y cruel realidad.

¡Ah, el desierto! Ese sí que es un territorio descarnado. Los viejos de Tamanraset, en algún momento de cierta locuacidad cuentan de cuando se hacía el correo a camello entre Tam y Agadez, y trabajaban para los franceses o para la resistencia, sin más ley que sobrevivir al desierto, y a la pobreza y a los enemigos, que nunca faltan. Ahora van (algunos) en coches todo terreno, pero es la misma vida, y pueden hablar de la miseria que muerde a los habitantes del sur de Argelia y del norte de Níger, y de cómo el petróleo, el gas, el uranio y todo lo que haya valioso pertenece a alguien que está al otro lado del mar, del de arena y del de agua, en otro continente, en otra vida. Los tuareg tenían por símbolo un árbol, el del Teneré, y un camión lo arranco de cuajo. Testimoniaba la vida dura y tenaz,  casi milagrosa, en el desierto; la tenacidad imprescindible, los seres vivos enjutos y sobrios que lo habitan. Ahora ese tronco reseco está en el Museo Nacional, junto a una sala donde se explica la extracción del uranio y la riqueza que encierra. Y a otra con restos de dinosaurios, que murieron porque ya no tenían qué comer, allí, en ese mismo desierto. Es el museo de las metáforas, aunque pueda parecer que está llenos de elementos realistas e, incluso, de realidades.

Yo me muero por ir a Agadez y a Bilma, y por recorrer los desiertos del Aír y del Teneré (valga la redundancia porque Teneré significa, en tamasheq, desierto), pero han decidido que no, en nombre de algún dios, por lo visto, y de una religión que ni conocen ni les interesa. No saben que ese dios que no se les cae de la boca dicen que dice «¡Haced el bien! Tal vez así prosperéis». Con que fueran a la mezquita aljama de Niamey a leerlo sería suficiente.

martes, 4 de enero de 2011

Hostias y vino, brochetas y birra



En las pasadas fiestas, tan entrañables ellas, me tragué una misa completa: con su introducción, su evangelio, su homilía, su eucaristía, su paso de la bandeja y su todo. Y va y me toca la celebración de la familia. Un señor vestido con una casulla blanca daba voces diciendo no sé qué sobre la familia tal como ha de ser; y luego algo de que hay que dar testimonio de la fe en Cristo. Luego se comió una hostia Y se bebió un vino.

Yo no hacía más que acordarme de estas familias entrevistas en Níger y de ese grupo del feisbuc que se llama Cambio tesoros del Vaticano por comida para África. Efectivamente, ellos no se dejan arrastrar por el mundo, van a la suya, incorruptiblemente fieles a su familia. Y sin embargo, tengo que dejar constancia de sacerdotes que no hablan de Dios si no les preguntas.

Josep Frigola vive en Niamey. Entre Burkina Faso y Níger, lleva cuarenta años en África. Habla un catalán ampurdanés con calma africana y cierta sorna. No se inmuta ante una declaración de ateísmo e incluso podría parecer que asiente cuando se despotrica contra las jerarquías católicas. Guarda la contundencia para hablar de educación. Menciona a Paulo Freire, de la necesidad de alfabetizar en la lenguas maternas además de en una lengua de alcance internacional y del derecho de todo el mundo a cierta educación básica, que no consista solo en leer y escribir, sino que debe, dice, despertar el juicio y el espíritu crítico.

A las escuelas que él coordina van alumnos entre 15 y 45 años. Acuden, si quiere, durante seis años; luego, si tienen aptitudes se facilita que sigan estudiando. Deben aportar algo de dinero (500 CFA/mes, algo menos de lo que vale una birra nigerina). Se inscriben unas 3000 personas cada año; de ellas, alrededor del 75% pasa al año siguiente, y otro 70% al tercer año. Por cierto, los maestros son musulmanes, formados para enseñar con rigor y exigencia, pero deben conocer a los alumnos, sus familias, sus costumbres, su religión, sus problemas, tener la confianza de la comunidad en la que trabajan y trabajar para ella, no para conquistarla. Josep no se plantea otra cosa. Dice, cuando se le pregunta mucho, que lo que hace da testimonio de su fe; no necesita sacarla a pasear con alharacas. Vamos acabándonos la birra y las brochetas en el restaurante de la Piscine Olimpique (es el nombre, no la descripción) de Niamey. Al salir hay un tenderete con libros de segunda mano a cuyo propietario conoce Josep desde hace tiempo; debe de ser su mejor cliente. Dice que de la pobreza solo se sale con educación y que la limosnas no llevan a ningún sitio. A él le han recortado los fondos. ¡Lástima de tesoros del Vaticano y de gasolina para el papamóvil!