domingo, 31 de octubre de 2010

Josefina



Ni el trabajo ni el pan ni la libertad ni el futuro se regalan. Marcelino Camacho



Hay pocas cosas que me conmuevan más que la integridad y la firme decisión de ser lo que se es y lo que se quiere ser; y me admira la tozuda resistencia contra los ecos fatuos del poder. No estoy segura de que yo pudiera con ellos.

De las imágenes aparecidas a propósito de la muerte de Marcelino Camacho, esta es una perfecta declaración de principios: su mujer, un amigo, su ideología y la marquesina de un autobús. Es la escueta descripción de la vida de un hombre que a esas altura podía tener despacho, coche, cargo honorífico, lugar reservado y unas cuantas prebendas. Sin embargo, parece seguir obstinado en defender algo para todos y anhelar para sí solo lo necesario para vivir. No viene al caso si lo hizo bien o mal; solo hablo de la persistente convicción de que o nos salvamos todos o no se salva nadie, de la decisión tenaz de levantar la voz por los más débiles y de una manera de vivir convencidamente honrada y entregada.

Y con todo, las imágenes que me han emocionado son las de Josefina Samper, su mujer. Ella era quien tejía los famosos marcelinos, esos jerséis de lana gorda con cremallera y cuello alto que inventó porque él tenía la garganta delicada y en la cárcel siempre estaba con faringitis. Luego siguió tejiéndolos; y él siguió llevándolos toda la vida. También ella, con toda la dignidad de una mujer sin bótox ni peluquería. Murió su marido y supo que tenía que estar ahí, aguantando el tirón con entereza, como estuvo siempre. Se puso una chaqueta de lana y fue para allá, a agradecer a todo el mundo que fueran a despedirse. Para ser la persona más digna de todos los que pasaron no necesitaba ni trajes negros ni gesto alguno, le bastaba su vida entera. Luego se volvió a su casa.

PS: Eso ocurría un día antes de celebrarse el centenario del nacimiento de Miguel Hernández, otro ejemplo de dignidad y voluntad de pensar y decir, llorado por otra Josefina (Manresa), una mujer morena resuelta en lunas.

lunes, 18 de octubre de 2010

Mujeres importantes



Parece ser que hay once mujeres chinas muy ricas. Supongo que la noticia tiene cierta relevancia macroeconómica, aunque no sé si porque hay muchas mujeres chinas ricas o porque hay solo algunas mujeres chinas que son ricas pero estén entre las más ricas del mundo. Yo, que sigo analizando la cuestión de la riqueza y su reparto con un sesgo ligeramente proletario, deduzco que hay once mujeres chinas especuladoras o explotadoras (o ambas cosas), porque creo que nadie se hace muy rico trabajando. Quizá haya algún ejemplo de eso que llaman hombres hechos a a sí mismos, que de la nada y solo con el esfuerzo personal han llegado a la riqueza, el reconocimiento social y, quizá, hasta la educación y la cultura. Tal vez haya algunos que han tenido mucha suerte —es decir, que han pegado un pelotazo—, y es posible que algunos de ellos, consciente de lo inmerecido de su posición, crean que deben devolver algo a la sociedad e intentar equilibrar la injusticia de un mundo que pasa de la gran sequía a la gran remojá en cuestión de kilómetros, sin ir más lejos, en los catorce que separan África de Europa.

El caso es que hay mujeres con más pasta de la que podrán gastarse en toda su vida. Alguien elabora una lista y publican en los medios de comunicación de todo el mundo nombres y apellidos, y dedicación principal (habrá que ver cómo cuantifican y suman, porque la gente muy rica, por definición y por codicia, dicen bastante menos de lo que hay y ocultan lejos  de todo lo que se parezca a un inspector de hacienda bastante más de lo que enseñan). Ya me imagino que le da igual al redactor, a quien ha preparado la lista y a las señoras, pero quiero decir que a mí esas mujeres no me importan nada.

Lo que me gustaría saber es quiénes son las más pobres. ¿Es que no van a buscarlas? ¿Nadie va a decir dónde están, cómo se llaman y a qué se dedican? ¿O es que son tantas que  no saben por dónde empezar los hacedores de listas? Una sugerencia: pueden darse una vuelta por África; tienen para no parar de escribir el nombre de las mujeres más pobres del mundo, es decir, de mujeres importantes. Si serán importantes que veneramos la tierra que pisan y, sobre todo, lo que hay debajo. 

PS: Los chinos se han apuntado a hacerse los amos de África, por varias vías. La primera es hacerse con las contratas de las infraestructuras (supongo que a cambio de cuantiosos sobornos, costes ínfimos y rendimientos inauditos). La segunda es la de los pequeños negocios y la presencia creciente pero paulatina. Se comportan como en Europa: integración nula y nada de reivindicaciones ni de hacerse visibles. 
Hay que reconocerles que montar un todo a cien en África, 
donde todo es a uno, tiene su mérito.

domingo, 10 de octubre de 2010

El ataque de los letraheridos vivientes


Hay millones de personas que saben empuñar un pincel y abrir un bote de pintura; Algunos incluso acaban de pintar el techo del cuarto de baño o las puertas de los balcones, trabajos ambos que requieren cierto dominio de los utensilios y las técnicas a fin de no ponerlo todo perdido y de que no haya más pintura en la pared aledaña que en la puerta en cuestión. Unas pocas personas que saben hacer eso pintan cuadros; y de estas, son prácticamente insignificantes (estadísticamente hablando) las que creen merecer que su obra se muestre al público en un museo o en una sala de exposiciones.

Sin embargo, hay que ver qué montón de individuos cree que el hecho de hablar los capacita para escribir un libro. No digo, ni siquiera, hablar bien; solo el mero hecho de usar (insisto en que no siempre bien) palabras para comunicarse da a muchas personas la certeza de que su novela va a ser la caña, en cuanto consigan meter unos cuantos conflictos (mejor que ocurran en el pasado remoto) un cierto misterio (la dosis adecuada de negrura, a ser posible con unas gotas de esoterismo y un chorrito de conspiración), un poco de sexo (con más o menos amor según la ideología o las fantasías secretas del autor) y, ya en el peor de los casos, unas cuantas páginas de erudición wikipédica.

Cada vez hay más servicios (negocios) que les ofrecen a esa personas la posibilidad de publicar su novela, por un precio (módico o no). A veces les sugieren que contraten un corrector para pulir un poco el libro, pero nadie les cuenta que un original (y, a menudo también una traducción) debe pasar por las manos de un editor (un editor de mesa, no el dueño de la editorial). Tampoco les dicen cuántas correcciones debería pasar un libro para salir bien ni qué tiene que hacer cada uno de los correctores que trabaje el texto. Lo malo es que, muchas veces, no les dicen todo eso por pura ignorancia de los procesos y los pasos necesarios para tener cierta garantía (que no garantía cierta) de la calidad de un libro, sea una novela, ensayo filosófico, tratado médico, guía de viaje o libro escolar, y sea en papel o digital. Porque la cuestión es que corre el bulo de que ahora, con “eso del libro electrónico” y con Internet, los libros de hacen en un pispás, que puede hacerlos cualquiera y que por fin nos hemos librado del despotismo de las editoriales. «Tú escribes lo tuyo y lo publicas, sin intermediarios que te cambien ni una coma», como si eso fuera lo mejor que le pueda pasar a un libro, y, por ende, a un autor y a los lectores.

Las editoriales se quejan de que no se reconozca su función, claman que tendrán que hacer frente a la piratería y que cualquier se autoedita (quieren decir publica) su propio libro, pero son las principales responsables de la situación. Muchas (las grandes) han reducido el director editorial (responsable de la calidad de los libros) a un jefe de compras (responsable de que los libros se vendan mucho) y han ido eliminando el trabajo del editor de mesa y las correcciones: directamente o empresa de servicios editoriales mediante, presupuestan poco tiempo y menos dinero; lo de menos es el  producto (libro) final. Tampoco tendrán que escuchar ni siquiera oír (aunque mucha gente no lo crea, son dos verbos con significados diferentes, porque designan actitudes y procesos neurológicos distintos) quejas ni reclamaciones; cuentan con la imprescindible colaboración de los lectores.

Ya hace tiempo que no le quito la etiqueta con el precio a un libro hasta que no llevo el 10% (aproximadamente) leído. Si hasta ahí no me encuentro taras (anacoluto, anantapódoton, incongruencias de contenido, transcripciones de lenguas extranjeras poco cuidadas o inconsistentes, falsos amigos en caso de que sea una traducción, y otros rotos y descosidos) ya lo hago mío. Pero si en las páginas iniciales me topo con desconchones (no doy importancia a las erratas esporádicas), lo devuelvo y me quejo por haberme vendido un producto en mal estado. La cuestión es ser capaz de detectar que está en mal estado o que es gato y no liebre. A mí, por ejemplo, me dan olivas negras pequeñas acompañadas de una publicidad que diga que es caviar y pueden ahorrarse el esturión. Eso sí, no me cuelan un solecismo como prosa refulgente ni un cuento chino como novela de sutil arquitectura narrativa, y eso que yo a duras penas soy capaz de pintar una pared con rodillo.
  
PS: Cerca andan, si no son casos análogos, los llamados libros de autoayuda, que disfrazados de filosofía no pasan de ser recopilaciones de perogrulladas de sentido común, en el mejor de los casos, o agua del grifo vendida como crecepelo instantáneo, en los casos de filósofos o psicólogos de pacotilla con más cara que espalda y una buena tajada en derechos de autor apadrinados por editoriales que gastan mucho más en marketing que en informes de lectura, editores y correctores.