miércoles, 23 de junio de 2010

Afinidades no elegidas


Hay un lugar en Barcelona en el que Abd el-Qádir (sufí y resistente anticolonialista) hace esquina con Alfonso X el Sabio y ambos abrazan el parque de las Aguas. La calle del emir argelino es estrecha, con pocas casas y situada en un barrio con pocos vecinos que compartan cultura con Abd el-Qádir. Por casualidad (creo) enfrente del rótulo de la calle hay un supermercado de nombre Faizan, que deduzco correligionario, en el más estricto y original sentido de la palabra. Pero a mí lo que me gusta es que esté codo con codo con Alfonso el Sabio.
No sé si los vecinos de la calle serán conscientes de lo ilustre del personaje. Tampoco sé a quién se le ocurrió dedicarle una calle y en esa zona de la ciudad. Yo lo hubiera puesto mirando al mar, a su mar, a nuestro mar, al mismo mar que lo llevaría hasta su casa. Tan venerado que lo cantan y le cantan los artistas más aplaudidos, en Argel y en París. He visto interpretar esta canción a la orquesta municipal de Tetuán, mientras la gente aplaudía y cantaba con auténtico fervor, y para que un marroquí jalee a un argelino....

Hay días que esta ciudad es muy hermosa y calles que parecen un acto de justicia. A mí me toca vivir en una dedicada a un general, con el que Abd el-Qádir hubiera hecho buenas migas porque también se dedico a darle sopas con honda al gabacho invasor. Cerca de mi casa está la calle donde Ramón y Cajal descubrió la teoría de la neurona. Al lado del portal tiene una pequeña placa, que ningún guiri se detiene a mirar (y por la zona pasan unos miles). Yo siempre que ando cerca, voy hasta la puerta, me detengo ante ella y hago una leve inclinación de cabeza, honor y reconocimiento a las personas importantes. Me parece tener claro a quien le debo homenajes, aunque no tengan estatuas.

sábado, 5 de junio de 2010

Protagonistas y secundarios


Ayer se avistó un ejemplar de ballena gris en la costa frente a Barcelona. Se trata de una especie propia del Pacífico y que desapareció del Atlántico norte hace unos trescientos años, dicen. Ahora va y aparece una en el Mediterráneo. Hace unos diez días estaba en las costas israelíes, de donde se piró, y nada que te nadarás llegó a Barcelona. He aquí una prueba fehaciente de la inteligencia de los cetáceos: la ballena debió de olerse el percal y dijo, aquí se va a quedar Rita la cantaora y una flotilla, porque si me quedo, además de recibir la del pulpo a manos de los israelíes, luego me van a mangonear todos los medio de comunicación.

Israel practica el terrorismo de Estado, tiene un ejército entrenado para matar sin piedad, lanzan ataques indiscriminados y desproporcionados, se ceban con civiles inocentes y a la primera de cambio cargan contra civiles indefensos que no han hecho nada. Y por lo visto, hay gente (medios de comunicación) que de todo eso acaban de enterarse ahora. Ahora que las víctimas han sido unas personas occidentales, o sea, de los nuestros. Y nos rasgamos las vestiduras, y dedicamos programas de radio, reportajes de televisión y miles de páginas, y opinan todos los contertulios y analistas (que no han estado en Israel ni han hablado jamás con un palestino) y se reúne la ONU (para no hacer nada) y la UE se plantea si tiene que hacer algo (y llega a la conclusión de que no).

Así que se nos ha caído el lirio de la mano, porque hasta ahora no se había visto semejante arranque de indignación ciudadana, popular, de las fuerzas vivas e incluso de algún poder fáctico. Como si en la operación Plomo Fundido (enero 2009) el ejército israelí no hubiera matado a mil trescientos (1.300) palestinos. Como si no murieran todos los días desde hace años de ataques preventivos o de castigo, y de hambre y tristeza, de desatención médica, de desesperanza y humillación.  Esos muertos aburridos y cansinos de tanto morirse que salen en la prensa porque hay que sacarlo todo, pero en la tertulia de la radio que no nos quiten un ratito de charla sobre el mundial de fútbol (ese circo en el que veintitrés españoles sin vergüenzas y sin escrúpulos si hacen bien su trabajo se van a llevar 600.00 euros; si lo hacen mal, solo 60.000).

Ehud Barak lo ha dejado claro: «En Oriente Próximo no hay compasión con los débiles»; aplicación práctica de (cierta interpretación de) la Teoría de evolución que nos salva porque nosotros somos fuertes, y los otros son los otros. Y para corroborar como se las gastan, se nos pone al alcance un testimonio que pone los pelos de punta, el de Simcha Leventhal, que fue soldado en el ejercito israelí y luego fundó la ONG Rompiendo el Silencio, y dice lo primero que me parece sensato en muchos días: «No sólo hay que saber qué pasó con la flotilla; hay que plantear preguntas más allá, cómo se trata a los civiles en Gaza, la cuestión de la pesca… Es muy fácil colgarse de los incidentes. Hay que entender la vida cotidiana, lo que pasa día a día. Por más que duelan nueve muertos, las tragedias y las víctimas verdaderas, que son los palestinos, se producen todo el tiempo, y hay que ponerle mucha atención a eso […] La desintegración moral de Israel lleva 40 años […] está volviéndose una ideología, y ese es el peligro. […] Hay democracia. Los que hablan de los colonos se toman un descargo. La responsabilidad es de todos, no de ese veinte por ciento». Pero los periodistas no han tenido a bien hacerle entrevistas y que cuente su experiencia, su opinión y sus planes.

En un episodio de mi filósofo y oráculo favorito, House, un personaje le dice «No sabía que hubiera un área de la esperanza en el cerebro» y House le informa «No te preocupes, es muy pequeña». La mía, que debe de ser liliputiense, hoy, la ocupan esa solitaria ballena gris y Simcha Leventhal.

PS: Por cierto, que el apellido del asesino Ehud Barak coincide con el nombre del Nobel de la paz más injusto y manipulado de la historia Barack Obama (y con el presidente egipcio Hosni Mubarak) y cargan en su nombre con una palabra árabe (y de marcadas connotaciones islámicas; tiene que ver con la bendición de Dios). Yo agradecería que cumplieran los mandamientos en los que dicen creer, pero no temen ni los horrores del infierno ni los cuatro años y medio que el carnicero Ariel Sharon lleva como un geranio en la cama de un hospital.