domingo, 28 de marzo de 2010

Tormentas

Creo que me hubiera gustado ser navegante; pero me he dado cuenta ya muy mayor. Además, creo que me hubiera gustado ser navegante medieval por el Índico. Pero quizá estoy condicionada porque ando echando una ojeada a un tal Ahmad ibn Majid (1432-1500), que no solo navegaba sino que escribía sobre navegación Si no ando errada, solo se ha traducido, al inglés, una de sus obras, con el título de Arab navigation in the Indian ocean before the coming of the portuguese, aunque, el título original viene a ser algo así como Tratado de las utilidades acerca de los fundamentos y las normas del mar. En él, domina el asunto de los rumbos y los vientos, e incluye calendarios de los monzones y de posiciones de las estrellas, sobre todo la Polar (que le servían para mantener la latitud), medidas por un ingenioso sistema). Con todo, a mí, lo que más me impresiona es que escribió un poema de ¡ochocientos cinco versos! (llamado la Sufaliya, y bien es cierto que en uno de los metros más simples de la poesía árabe) para relatar su viaje de Gujarat a Sofala. Hoy escribiría un blog, supongo, y sería fascinante.

El mar es una promesa infinita de aventuras y descubrimientos (aunque, probablemente, luego tiene poco de ensoñación y mucho de tormentas y de tormentos); solo el desierto está a su altura.


Pocas imágenes sugieren mejor la idea de libertad que la embocadura de un puerto. «Por ahí empiezas a ir a donde quieras» parece decir. Es el principio de cualquier cosa. Ahí todavía no hay límites, por el contrario, todas las barreras han quedado atrás. Al mismo tiempo, pero en sentido contrario, pocas imágenes acogen como la embocadura de un puerto. «Ven, que aquí encontrarás lo que buscas y lo que no esperabas» se oye al acercarse. No puede ser casualidad esa forma de brazos abiertos pero ya abrazando.

Claro que eso deja de ser cierto en el puerto de Yafá (Jaffa, Jafo, y otras variantes), donde la libertad no es ni un recuerdo, sobre todo para los árabes, a los que vuelven a darles sopas con honda y a amenazarlos (no será solo una amenaza) con nuevos asentamientos, para chinchar más, en Jerusalén Este. Esa cosa llamada comunidad internacional le ha dicho al Gobierno israelí que no son asentamientos legales, y Netanyahu, desde que lo oyó no ha parado de reírse. Con razón; por definición, ningún asentamiento de los colonos lo es, pero eso no ha sido nunca un problema.

Se ha estrenado una película, Ajami; dirigida a cuatro manos por un director palestino y otos israelí, que cuenta la durísima vida de ese barrio (Ajami) de Yafá. Yo no me he atrevido a verla, todavía. Quizá es una buena opción para el Viernes de Dolores y para no olvidar qué pasa y dónde pasa.


PS: Por cierto que empieza a haber nuevas formas de ver y contar las noticias. En Periodismo Humano, por ejemplo, en vez de hablar de tantos palestinos muertos, dan los nombres; quizá sea el primer paso necesario para recordar que los palestinos son personas, no objetos históricos o a algo así.

domingo, 14 de marzo de 2010

Santas sin peana, heroínas sin estatua

El primer día que entré en la universidad, además de estar impresionada por un edificio antiguo de techos altísimos y pasillos en los que resonaban los pasos, me sentía cohibida y, al mismo tiempo, emocionada. Cierto que yo llegaba desde una pequeña ciudad en la que la universidad era casi un lugar mítico al que iban unos pocos privilegiados (con más inteligencia y con más dinero que los demás); cierto también que, con apenas diecisiete años, yo veía en ese lugar una promesa de horizontes abiertos casi infinitos; y todo eso, a pesar de que mis dos hermanos ya habían cursado sendas carreras (y uno de ellos daba clase en la facultad a la que yo acudía), que ante mis ojos había un montón de gente normal, que a los profesores (a muchos) ya se los trataba de tú y que por los pasillos circulaban tantas mujeres como hombres. Y aun así, yo estaba sobrecogida y emocionada.
Así que no puedo imaginarme cómo se sintieron Concepción Arenal, María Elena Maseras y Dolores Aleu, cuya historia cuenta el rector de la Carlos III en El País. La primera tiene alguna calle, pero las otras dos son muy poco conocidas, y la universidad de Barcelona, que tuvo el honor de tenerlas como alumnas (más o menos clandestinas), no les ha dedicado ni un aula (que yo sepa). Su vida no se estudia en ninguna parte ni sus historias se cuentan en televisión (se dedican a vidas interesantes e historias edificantes de señoras cuyo mérito es haberse casado con un señor famoso, ¡qué derroche de modernidad!). Esas fueron las pioneras, auténticas heroínas sociales (ser héroe en una guerra es mucho más fácil porque todo lo propicia). Pero las siguieron muchas otras, a partir de ese 8 de marzo de 1910 en el que el ministro de Instrucción Pública, el conde de Romanones (que nadie se confunda, era de todo menos bueno: montó la guerra de Marruecos para hacerse rico con la explotación de minerales e hizo pasar el ferrocarril en Guadalajara por tierras de su familia para sacarse un pasta con la expropiación, y ya sé que ambos hechos parecen sacados de noticias recientes) firmó la orden que autorizaba a las mujeres a matricularse en todas las instituciones docentes.
Al-Tahtawi fue un imán egipcio que Muhammad Alí mandó en 1826 con estudiantes a París para que actuara de asesor espiritual. Lejos de reducir su trabajo a esa función, se fijó en todo y llegó a unas cuantas conclusiones, que reflejó en un libro (no traducido al español) y en un intenso trabajo de propuestas pedagógicas que desarrolló ya a su vuelta a Egipto. Una de sus ideas fundamentales era que había que educar a las mujeres. No es que fuera un feminista desaforado y reivindicara derechos, sino que, decía, la mujer que estudia no pierde el tiempo en chorradas (andar cotilleando con las vecinas) y que, por otra parte, las mujeres eran (¿son?) quienes más influencia tenían en los hijos, de manera que su educación era una inversión de futuro imprescindible para un país. Y el mundo le da la razón: los países avanzan cuando sus mujeres se educan, adquieren cultura y derechos, y participan de la vida económica y social; por no hablar de situaciones realmente difíciles, en las que son las mujeres las que dan el callo para salir de la ruina (comprobado que tiene más coraje para iniciar proyectos y cumplen mejor la devolución de los créditos). Es importante entender que de que las mujeres estudien y tengan todo tipo de derechos se beneficia toda la sociedad (y no necesariamente ellas que, en primar instancia, asumen los derechos y no pierden ninguna de las obligaciones anteriores).
No conozco los nombres de las primeras (y la segundas y las terceras) mujeres que se matricularon en las universidades españolas ya con pleno derecho; derecho, sí, pero costumbre no, así que me imagino que la mayoría de ellas tuvo que pasar por discusiones y presiones familiares, por gestos sociales de desprecio, cuando no por el insulto. Desde muy pequeña, oí a mi madre decir que yo tenía que estudiar, para no depender de nadie, porque un hombre sin estudios podía ganarse bien la vida, pero una mujer, no (entonces todavía no había mujeres en profesiones cualificadas). Así que yo, que tan fácil lo tuve todo, siento un enorme agradecimiento por aquellas mujeres que se matricularon en la universidad hace cien años. Sus nombres merecerían ser materia de estudio, o, por lo menos, estar inscritos en una placa en cada una de las universidades españolas.

lunes, 8 de marzo de 2010

Los nuestros y los otros

Anoche hubo un terremoto en Turquía. No hemos mandado equipos de rescate que saquen niños que nos despierten las ganas de adoptar ni bomberos que conceden a una anciana los años que le correpondan y que la tectónicas de placas iba a arrebatarle. No se han abierto cuentas corrientes ni se han organizado maratones solidarios. Ningún artista se ha prestado para hacer un concierto ni se han acuñado camisetas que recen lemas solidarios.

Y eso que los turcos son europeos (al menos hasta Estambul), y que Turquía está más cerca que Haití y Chile. Pero no parece que este terremoto despierte actitudes solidarias y generosas. Los medios no retransmiten la última hora  (los periódicos dan la noticia de agencias) ni buscan turcos que vivan aquí (sea lo que sea aquí) para que nos expliquen cómo era su pueblo antes del desastre.

¡Ah! que las provincias a las que ha afectado están la parte asiática. ¡Ah! que no hablan francés ni inglés ni español! ¡Ah! que no rezan en iglesias! ¡Ah que no hay españoles/europeos viviendo en esos pueblos destruidos! Debe de ser la naturaleza humana lo que hace que nos preocupen más los nuestros que los otros. ¡Qué mala puta la naturaleza humana! O quizá sea porque el terremoto se ha producido al mismo tiempo que otros asuntos más importantes, como que nieva en Barcelona y se han repartido los Óscares, que es un asunto que atañe a los humanos mucho más que el sufrimiento de los turcos, como todo el mundo sabe.

domingo, 7 de marzo de 2010

Oficios insospechados


 






 




Debe de ser la versión moderna del almotacén, aunque
ellos no cuentan su historia desde tan antiguo. ¿Cómo se llegará a ser medidor y pesador oficial? ¿Que hacen? ¿Dónde se estudia? ¿Se dedican a ese oficio por vocación? ¿Siguen una tradición familiar? Creemos que somos capaces de imaginar el mundo entero, pero hay vidas cercanas con preocupaciones cotidianas situadas en una latitud inalcanzable.