domingo, 17 de enero de 2010

De menú, compasión

La noticias —y las imágenes— de Haití son desoladoras. Las heridas, el hambre entre los escombros, niños vagando, solos para siempre, por la calle, el dolor, gente que busca a otra gente que ya no está, aquel bombero de Valladolid que ha encontrado un pequeño bajo las ruinas de una casa; todo eso, que hace exclamar al más insensible algunas palabras que expresen compasión, provoca que mucha gente ayude con algo de dinero y que los Estados y los Gobiernos de buena parte del mundo manden ayuda hospitales de campaña, comida, medicinas y se comprometan a echar una mano en la reconstrucción del país. La tercera pata de todo eso es que todos los medios de comunicación han mandado corresponsales a la tragedia (no a Haití, sino a la tragedia) para que nos informen a todas a horas y todos ellos de lo mismo: que es una tragedia.

Pero en Haití ya había una tragedia el día anterior al terremoto, y el mes anterior y el año pasado; y durante casi toda su existencia. La primera frase de todos los periodistas que hablan del terremoto es un inciso: «Haití, que es el país más pobre del mundo». En el IDH (índice de desarrollo humano), tienen peor nota muchos países africanos y el desalmado Yemen anda a la par, pero es cierto que Haití anda por la zona del indicador por la que cabalgan casi todos los jinetes del Apocalipsis y algún otro que cuando se escribió el libro aún no había aprendido a cabalgar.

La esperanza de vida de Haití es (o era) de 52,4 años, la tasa de mortalidad infantil del 57 ‰, la de menores de cinco año ronda el 76 ‰, la escolarización, el 50 %. Durante el año 2000, el sida fue la primera causa de muerte (en el 22,7 % de los muertos de entre 25 y 44 año), la segunda fueron las infecciones gastrointestinales, es decir, la falta de agua potable, y la tuberculosis da a diestro y siniestro.

Y todo eso no merecía titulares ni movilizaciones generales ni envíos masivos de ayuda ni solidaridad ni ojos atentos a los telediarios, entre otras cosas porque hacía mucho que no se hablaba de Haití en los telediarios (medios, en general). Parece que si no hay sangre, heridas abiertas, personas agonizantes entre los escombros, posibilidad de rescates heroicos y cifras grandes todas de vez, el estremecimiento mundial es menor.  Morirse poco a poco, de pobreza crónica, de abandono endémico, de miseria absoluta, de explotación de siglos, de tercermundismo, no está en el menú de la compasión, eso es de carta y ya hay que elegirlo y es más costoso. De justicia ni hablamos; solo la tenemos en los restaurantes de ricos.

Estados Unidos dice que va a hacerse cargo del país mientras sea necesario; con qué facilidad se inventan nuevas formas de colonialismo; seguro que hay buena voluntad, y seguro que alguien que ya tiene mucha pasta va a hacer un buen negocio. Un predicador evangelista —en realidad un hijo de puta con la maldad incrustada en los tuétanos— ha dicho que el pueblo de Haití se merecía el terremoto porque pacto con el diablo para conseguir la independencia. De lo que no dice nada es de con quién pactaron los estadounidenses que ocuparon el país entre 1915 y 1934 (por no ir más atrás), y luego los dictadores de la familia Duvalier y Aristide, y todos los asesinos y ladrones que han pasado por Haití.

No es que la desgracia siempre golpee a los más pobres; es que los más pobres tienen menos medios para combatir la pobreza y viven en los peores sitios, y ante la desgracia no tienen manera de atender las emergencias y encontrar soluciones. Es decir, que los desastres no tienen nada que ver con la providencia (la gobiernen Dios y el diablo, o la circulación general atmosférica y la tectónica de placas). La auténtica desgracia es la codicia que provoca pobreza; ante eso, el desastre es tan inmenso que solo cabe la desesperanza, a pesar de los bomberos, la compasión y los periodistas que hoy se ocupan de Haití.

PS1: Los optimistas que crean que esta es una oportunidad para ayudar al país a salir de la miseria y que puede haber una solución, etc. que se apunten en la agenda de 2015, por ejemplo, pensar unos minutos en Haití e informarse de cómo está el país y cuántos correponsales hablan de sus muertos sin sangre y sus miserias sin escombros.

PS2: Es posible que países como Burkina Faso, Somalia, Eritrea, Yemen, Blangladesh, etc. pongan a rezar a todos sus ciudadanos para tener un seísmo de más de 8 en la escala Richter. Caerán unos cuantos, pero les llovera la piedad y la ayuda internacional para la reconstrucción, que tanto y desde hace tanto tiempo necesitan.

lunes, 4 de enero de 2010

El horror, el horror (fotos de Emilio Morenatti)

Queda muy poco tiempo para disfrutar de las extraordinarias piezas de la exposición Los mundos del Islam en la colección del Museo Aga Khan, que se exhibe en el CaixaFòrum. Aunque había visto la exposición a trozos, ayer me fui a verla toda entera.  Es un auténtico placer ver tanta belleza y percibir el gran empeño en hacer cosas hermosas y útiles. Al salir, iba pensando en que la exposición es un buen argumento frente a aquellos que acusan al islam de todos los males del mundo. También pensé, como los pensamos todos los que nos interesamos por  la cultura árabe —tan ligada al islam—,  que tuvo momentos de esplendor, que este no es uno, desde luego, y que nos iría muy bien a todos, y especialmente a los árabes ya los musulmanes, que recordaran y emularan aquellos momentos históricos en que se medían por la capacidad de componer y recitar poemas o de construir astrolabios.
Con esa idea en la cabeza, se me cruzó en el camino el cartel que anunciaba la exposición de los premios Fotopres'09 y decidí aprovechar la ocasión.  Entré, me quedé clavada frente la primera pared, horrorizada, y hui a las otras paredes; las vi sin mirarlas y volví a la primera. Estuve un buen rato allí delante sin poder parar de llorar. Luego a mi casa a llorar; de dolor, de rabia, de impotencia, de desolación, de desconsuelo, de desesperanza.
En esa pared estaban las fotos que obtuvieron el primer premio. Diez fotos horrorosas, porque son el horror puro, el retrato perfecto del odio, de la maldad. Atónita, observaba cómo la gente podía mirar las fotos y comentar detalles técnicos y hablar de ellas. Yo solo podía llorar. Me gustaría que alguna de las personas, que las hay, que en todo ven algo positivo, se pusiera no ya delante de las mujeres retratadas, solo frente a las fotos, y me dijera un motivo para sonreír y ser feliz; a ver quién se atreve a ponerse ahí delante y ser optimista sin resultar cretino. Claro que ya sabía que eso ocurría y había visto otras imágenes; pero estas son capaces de petrificar toda la vida, todo menos las lágrimas. No es posible sostener la mirada de esas mujeres sin sentir un dolor insoportable y la perplejidad más absoluta.
Las fotos las hizo Emilio Morenatti (que no despiste el apellido; es de Cádiz), un fotoperiodista de los imprescindibles, que entre premio y premio, este verano perdió un pie en una explosión en Afganistán.  Lo he buscado en Internet, claro; su web está fuera de servicio. Entonces he ido al feisbuc, esa agenda moderna. Allí hay un grupo de apoyo al fotógrafo con veinticuatro miembros. No voy a comentar los que tienen personajes y personajillos, pero si las fotos de Morenatti muestran un mundo de horror, que no sepamos quién es nos deja ver qué feo es el mundo que hacemos.
PS: El segundo premio de Fotopres'09 muestra los horrores de la violencia tras las elecciones en Kenia, como podía haber ocurrido tras las elecciones en cualquier país africano, ese continente que nos queda tan lejos.